lunes, 6 de febrero de 2012

Hay una puerta, tras esta otra, otra y otra. 
Abro con esfuerzo la primera, y encuentro la siguiente cerrada. Más cerrada que la anterior que ya estaba bastante bien cerrada. Me desespero sentada, he adoptado el silencio como método de vida. 
Una vida mediocre que vive una persona mediocre. 
Vuelvo a sentir el vacío que hay en cada paso dado, el vacío que hay en cada paso por dar. Sé que aún me queda tiempo, un tiempo que tengo que gastar, necesariamente. Pero la forma de ocuparlo no me hace feliz, ni infeliz, por ahora. Las puertas cada vez son más pesadas y mis brazos cada vez están más cansados. Hay un reloj coronando cada puerta, un reloj que va hacia atrás.  Siento la obligación de superar cada etapa a su tiempo, y en realidad yo no soy capaz. No lo soy, porque no lo siento. Porque mis brazos no tiran con fuerza porque mi cabeza así lo manda. 
Mi cabeza, ese es el gran problema no los brazos, no los pasos, no las puertas. Mi cabeza, yo.



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